“Dejá hermano, yo voy a pelear por vos”
“Dejá hermano, yo voy a
pelear por vos”, fue la frase que retumbó en mi cabeza tras ver cómo un
discapacitado, que no podía mover las piernas, se abalanzaba con todas sus
fuerzas sobre la barrera de escudos conformada por los efectivos del orden.
En ese momento mi ser se
estremeció, demostrándome mi condición de humano que se sensibiliza. Un suspiro
entrecortado vino en seguida, mientras trataba de transitar –como podía- por la calle Ingavi y Yanacocha, donde un
grupo de personas trataba de ingresar a.la plaza Murillo (que se encuentra a
una cuadra).
Fue entonces cuando vi lo que
pensé pero no quería ver. Lo que imaginaba pero no quería ver plasmado en la agitada
realidad de esa tarde lluviosa de 23 de febrero. Era un grupo de personas que extrañamente
no tenían capacidades diferentes y que arremetían con una ira incontenible en
contra de la barrera humana de policías que, cumpliendo su trabajo, se oponía
que ingresaran al centro del poder político del país.
Quien hubo dicho que la,
anteriormente, memorable frase “dejá hermano, yo voy a pelear por vos”, no era
más que la expresión de un agitador de aquellos que creen que la revolución se
hace con violencia. Él junto a otros jóvenes, mujeres y hombres, no sólo gritaban
con frenesí en contra del Gobierno central sino que se atribuían la
representación de los discapacitados quienes “extenuados y asustados” aquejaban
lágrimas en los ojos, visibilizados, sobretodo, en los tiernos ojos de dos
niños apostados en sus sillas de ruedas gastadas por los más de 100 días de
marcha.
Tras dos caóticas horas, en
las que los gases -desautorizados por el vicepresidente Álvaro García Linera-
afloraron en la helada tarde paceña y mucho más en los cuerpos de los
manifestantes, frente a los palos y cadenas con las que golpeaban unos cuantos manifestantes
“no discapacitados”, el ambiente entró en una tensa calma.
A la fecha las versiones
diferenciadas en medios de comunicación muestran realidades, ni siquiera
diferentes, sino “divergentes y contrastadas”. Sólo resta esperar y ver, por un
lado, las acciones –hasta ahora insuficientes- de un Gobierno central que aparentemente
sólo escucha y da acceso a la plaza Murillo a quienes son de su “simpatía”;
frente a la postura firme de quienes contradictoriamente se quejan por su discapacidad
y exigen que el “Estado agrave su actitud benefactora” y, a su vez, reclaman a
la sociedad en su conjunto, se les trate como cualquier transeúnte que no goza estos
“bonos”, al menos hasta que su piel se seca por los más de medio centenar de
años que lleva encima.
Continuará...
Adrian Cristian Fournier Rojas- Lic. Comunicador Social y Periodista
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